Las personas llenas del Espíritu cantan

Así como la lengua del borracho se suelta para hablar lo que no conviene, así también la llenura del Espíritu Santo abre nuestros labios, pero para hablar cosas edificantes. Pablo dice en Ef. 5:18-21:
“Y no os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución, sino sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y alabando con vuestro corazón al Señor; dando siempre gracias por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a Dios, el Padre; sometiéndoos unos a otros en el temor de Cristo” (LBLA).
Ahora bien, cuando Pablo dice aquí que debemos “hablar entre nosotros” con salmos, con himnos y cánticos espirituales, no está diciendo que los cristianos llenos del Espíritu hablan cantando, ni tampoco está sugiriendo que usemos las letras de los himnos en nuestras conversaciones ordinarias.
Lo que él está diciendo es que los creyentes llenos del Espíritu expresan su gozo y su alegría a través de cánticos de alabanza que son edificantes. Los creyentes deben instruirse mutuamente, exhortarse, alentarse, edificarse, a través de himnos que contengan un sólido contenido escritural y doctrinal.
En el pasaje paralelo de Col. 3:16 Pablo dice que debemos enseñarnos y exhortarnos “unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales”.
La alegría superficial y artificial del borracho se manifiesta hablando cosas incoherentes y muchas veces perniciosas. Los creyentes llenos del Espíritu manifestarán su gozo y su confianza en el Señor por medio de sus cánticos de alabanza; de ese modo, no solo adorarán a Dios sino que también se edificarán mutuamente.
Pablo está contemplando la alabanza desde dos perspectivas al mismo tiempo, vertical y horizontal. Debemos exaltar a Dios en nuestros cánticos, pero debemos también edificarnos unos a otros.
Y no solo en el culto público, sino cada vez que tengamos la oportunidad. Sea que nos reunamos en la iglesia para el culto de adoración en el día del Señor, o que lo hagamos en otros contextos, los creyentes llenos del Espíritu manifiestan a menudo el gozo de su salvación y su confianza en Dios por medio de una alabanza edificante.
A través de la historia de la redención el pueblo de Dios ha dado expresión a sus profundos sentimientos religiosos a través de sus cánticos (comp. Ex. 15:1; Jue. 5; 2Sam. 22:1).
El pueblo de Dios reaccionaba cantando. Así expresaban su gozo y su admiración por la persona y las obras de Dios. Por eso en los salmos, no solo encontramos una amplia variedad de himnos, expresando una gama muy variada de sentimientos, sino también una invitación constante a alabar a Dios a través del canto (Sal. 7:17; 9:1, 11; 13:5-6; 18:49; 21:13; 33:1-3).
Tenemos un Dios confiable y todopoderoso, por tanto debemos exaltarle y glorificarle respondiendo con fe a las diversas circunstancias de la vida. El cantar himnos de alabanza es parte de esa respuesta de fe (comp. Sal. 57:1-3, 6-10).
El creyente que está lleno de la Palabra, y por consiguiente lleno del Espíritu Santo que inspiró la Palabra, cantará. Los atributos de Dios estarán delante de sus ojos y todas las experiencias de la vida podrá ponerlas en perspectiva a la luz de la Palabra. Y todo eso provocará en él un canto de alabanza a Dios.
Por eso los cánticos en la Iglesia no pueden sustituir la predicación de la Palabra. Y sé que esto puede sonar paradójico en el contexto del tema que estamos tratando hoy, pero es un grave error que demos tal preponderancia a los cánticos que minimicemos la enseñanza de las Escrituras.
El creyente que mejor canta es el que está respondiendo a la enseñanza que ha recibido y atesorado en su corazón. Y los himnos que canta deben ser un vehículo de expresión de esa Palabra atesorada. Si hay algo que revelan claramente los salmos de la Biblia es que poseían sustancia, y una gran calidad poética.
Si queremos agradar a Dios con nuestros himnos debemos seguir ese patrón. Los himnos deben ser sólidos doctrinalmente, así como deben ser hermosos y bien logrados poéticamente. Comp. Col. 3:16. Por medio de estos himnos los creyentes se enseñan y se exhortan mutuamente en toda sabiduría. Ese es el aspecto horizontal de la alabanza.
Pablo no solo está presuponiendo que vamos a cantar en nuestras reuniones himnos con un sólido contenido escritural y doctrinal, sino que al cantarlos vamos a poner atención a la letra. Solo así podremos edificarnos mientras cantamos.
Pero ese no es el único aspecto de la alabanza que Pablo menciona en el texto; debemos compartir con otros creyentes a través de los cánticos, pero no debemos olvidar que es al Señor que cantamos (comp. Ef. 5:19). No nos cantamos a nosotros mismos, sino al Señor. Al hacerlo nos edificamos mutuamente, pero el foco de nuestra atención es El, no nosotros.
Venimos al culto a expresarle nuestro amor, nuestro asombro, nuestra gratitud, nuestro gozo. Y debemos hacerlo con todo el corazón, es decir, con todo nuestro ser. No es un mero ejercicio de labios, sino la expresión de un hombre que adora con toda su personalidad involucrada.
Nuestro intelecto está envuelto mientras meditamos en lo que estamos cantando; nuestra voluntad está envuelta al disponernos a cantar a toda capacidad; y nuestras emociones están envueltas como respuesta a las verdades que están siendo entonadas sobre la Persona de Dios, Sus obras, Sus promesas.
Nosotros no tenemos que recurrir a otras cosas fuera de nuestra fe para experimentar gozo y alegría. Suficiente tenemos con la Persona de Dios, con lo que nuestro Salvador Jesucristo ha hecho a nuestro favor, con la promesa de Su presencia en nuestras vidas hasta el fin del mundo. Dice el salmista en el Sal. 126:3: “Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros, estaremos alegres”.
¿Ha hechos Dios por ti grandes cosas? Si eres creyente, ¡por supuesto que sí! Infinitamente mayores que las que el salmista tenía en mente cuando escribió este salmo, porque él no tenía en sus manos toda la revelación de Dios. ¿No deberías expresar tu gozo y gratitud cantando?
Cuando no existían los reproductores de discos, ni de cassettes, la música cristiana que los creyentes oían era la que ellos mismos cantaban. Hoy cualquiera puede tener un aparato de música, incluso en el mismo carro, y eso puede ser una gran bendición si se usa bien (para otros puede ser su más grande maldición).
Pero el punto que quiero hacer aquí es que no debemos convertirnos en oidores pasivos, debemos cantar. Y no te preocupes si no cantas bien, porque Dios tiene otros criterios de juicio. Dios está escuchando tu corazón, y cada nota sincera que elevas en Su presencia resuena en sus oídos como el sonido de una orquesta bien acoplada, o como la voz del más potente tenor o de la más dulce soprano.
¿Cuál es el clima que permea nuestros hogares, nuestras reuniones con otros cristianos? ¿Estamos llenándonos de la Palabra de Dios, no solo a través de nuestra lectura diaria de la Biblia, sino también a través de los himnos que cantamos y en los cuales meditamos? ¿Estamos contribuyendo a que otros sean llenos de esa Palabra?
El cristiano lleno del Espíritu hace eso. Su vida no es un santo aburrimiento. Él disfruta de su Dios, se deleita en la vida abundante que Cristo compró para él en la cruz del calvario, y lo expresa, entre otras cosas, cantando (comp. Sal. 16:8-9, 11; Sal. 100).

¿Cuáles son los frutos que evidencian la llenura del Espíritu?

Como decía en la entrada anterior, existe una diferencia abismal entre la persona llena de alcohol y el creyente lleno del Espíritu. La persona ebria pierde el control de sí misma, mientras que uno de los frutos del Espíritu es el dominio propio.
Dice Pablo en Gal. 5:22-23 que el fruto del Espíritu “es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”, es decir, dominio propio, auto control. Y en 2Tim. 1:7 Pablo dice una vez más que Dios no nos ha dado un “Espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”.

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