La tierra… debajo de ella está como convertida en fuego. – Job 28:5.
Los
cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán
desechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. – 2 Pedro 3:10.
La
tierra que habitamos es una bola de fuego envuelta por una capa de
materia sólida, proporcionalmente más delgada que la cáscara de un
huevo. Sólo a algunas decenas de kilómetros bajo nuestros pies hierve un
magma incandescente. De ahí las erupciones volcánicas que, a veces,
como la válvula de una olla a presión, liberan a la superficie los
elementos en fusión.
Es lógico que tengamos miedo de tales catástrofes. Pero Dios nos dice que el mundo entero es como un gran volcán. “Los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego” (2 Pedro 3:7).
Este decreto es irrevocable. El mundo se está haciendo tal ciénaga de
inmoralidad, que se acerca el día en que Dios lo destruirá súbitamente.
Cada
uno debe preguntarse: ¿Dónde estaré yo en ese momento? ¿Está mi vida en
orden con Dios? ¿Cómo escapar del juicio? Sólo hay un refugio:
Jesucristo. Él aceptó ser crucificado para soportar el juicio de Dios
contra el pecado. Cada persona que se arrepiente y le trae sus propios
pecados será liberada de ellos para siempre y obtendrá una salvación
eterna.
Despertémonos y no hagamos como algunas personas de
Pompeya (Italia) en el año 79 de nuestra era, quienes siguieron
divirtiéndose sin tomar en cuenta las señales del despertar del Vesubio,
y perecieron bajo las cenizas. ¡Pongámonos hoy al abrigo!
Fuente Amen-amen.net