Creemos
firmemente que hay mucho más por hacer y conquistar. Pero el
crecimiento de la Iglesia en todas estas áreas debe ir acompañado de un
culto cada vez mejor, más intenso, de mayor gloria para Dios. No podemos
descuidarlo.
Si
avanzamos en estas áreas a expensas del culto, de la búsqueda de la
Presencia de Dios, del clamor y quebranto de corazón a los pies de
Cristo, entonces estaremos en problemas. Estaremos desplazando a Dios
del centro e, inevitablemente, pondremos al hombre como el destinatario
de todo nuestro esfuerzo y atención. Esto es lo que se llama
“humanismo”:
-
El evangelismo se convierte en proselitismo o búsqueda de clientes,
socios, adeptos, número para mi propia gloria o alivio para mi
conciencia.
-
Las obras de misericordia son beneficencia, comparable a lo que hace la
Cruz Roja o cualquier asociación de bien público.
- La consejería pastoral, la contención de las personas y familias, es muy parecido al trabajo del psicólogo.
- La enseñanza teológica y preparación de obreros es pura teoría, letra sin vida.
Miren lo que dice el teólogo Karl Barth respecto a este último punto,
en su obra “Introducción a la Teología Evangélica”: “La teología
no-espiritual, ya actúe en los púlpitos o en las cátedras o en las
páginas impresas o en «diálogos» entre teólogos consagrados y noveles,
sería uno de los más terribles sucesos entre todos los sucesos terribles
que acontecen en esta tierra (…) La teología llega a ser no-espiritual
cuando se cierra o se pone a cubierto del aire fresco que fluye del
Espíritu del Señor, que es donde ella puede únicamente prosperar. El
Espíritu desaparece cuando la teología se encierra en espacios cuyo aire
viciado le impide ser y hacer lo que ella puede, debe y tiene que
hacer.”
Debemos
procurar que el Espíritu de Dios, que Su Presencia, lo impregne todo.
Que nuestra motivación, nuestro eje y nuestra meta, sea la gloria de
Dios (1 Cor. 10:31). Y sabemos, porque lo hemos aprendido, estudiado en
la Palabra y comprobado en la experiencia, que es el culto
congregacional el momento y lugar por excelencia donde la Presencia del
Señor desciende y se manifiesta. Ahí, en ese encuentro con el Señor, se
hace la luz, queda al descubierto nuestra condición, nos convencemos de
pecado, nos arrepentimos, perdonamos, somos sanados en lo más profundo
del ser, nos enamoramos de Él, decimos amén a su voluntad, nace una
nueva pasión por servirle. Lo que cientos de sermones y horas de
consejería no han podido hacer en años, se produce en un instante en el
corazón tocado por la Presencia de Dios. ¡Qué maravilloso es! Pero esto
sucede en el culto vivo, no en un ritual de cantos y oraciones. Si nada
de esto ocurre en nuestra vida o congregación, deberíamos revisar de
dónde hemos caído.
Aún los ministerios y dones que el Señor prometió derramar, los cuales
deseamos y necesitamos tener, son herramientas para la edificación de la
Iglesia y señales para confirmar la predicación de la Palabra. En
efecto, los dones en sí mismos no son nada (1 Cor. 13: 1-3). Recuerdo
que Papi enfatizaba que las señales “seguirán” a los que creen, irán
detrás, acompañando, confirmando (Marcos 16: 17). Estos dones que
pedimos son para evidenciar que lo que predicamos viene de Dios. Y ¿qué
predicamos?: A Cristo crucificado como Señor y Salvador y a Su Iglesia,
cuya ocupación principal es ofrecerle culto.
El
obstáculo más grande que tenemos para dar un culto vivo a Dios, es
nuestro yo. Es el enemigo más sutil, y también el más eficaz. ¿Por qué
el tema de dar culto es tan resistido a veces? Sucede que el culto
centra toda nuestra atención en Dios, y eso le molesta a nuestro yo. Hay
una relación proporcional: Cuanto más se exalta a Dios, más pequeño
queda nuestro yo. Y viceversa: Más se exalta nuestro yo, menos
exaltación daremos a Dios. Bien clarito lo decía Juan el Bautista: “Es
necesario que él crezca, pero que yo mengüe”, La NTV dice: “Él debe
tener cada vez más importancia y yo, menos” (Juan 3: 20).
“.
. . ha quedado firme el culto que ofrecemos al Señor como la base
fundamental () de toda otra actividad. El culto a Dios no es una cosa
más, es “la cosa” que garantiza la presencia de Dios (Salmo 95:2). Y sin
esa presencia nada se puede hacer (Juan 15:5). Con ella todo: y así es
como se marcha del tiempo a la eternidad. . . es lo que tiene razón de
ser en la tierra y en el cielo, y por lo que el propio Señor se
entregó: la Iglesia. Lugar por excelencia de congregación para alabar y
adorar eternamente a nuestro Dios.” LA MEJOR PARTE, LA MEJOR HERENCIA
NOS HA TOCADO (Congregados para darle gloria, Jorge Pradas).
Pr. Juan Carlos Rebrej
Tel.: Móvil 1168498302