Recordando el ReIPO 2011


Creemos firmemente que hay mucho más por hacer y conquistar.  Pero el crecimiento de la Iglesia en todas estas áreas debe ir acompañado de un culto cada vez mejor, más intenso, de mayor gloria para Dios. No podemos descuidarlo.
Si avanzamos en estas áreas a expensas del culto, de la búsqueda de la Presencia de Dios, del clamor y quebranto de corazón a los pies de Cristo, entonces estaremos en problemas. Estaremos desplazando a Dios del centro e, inevitablemente, pondremos al hombre como el destinatario de todo nuestro esfuerzo y atención. Esto es lo que se llama “humanismo”:
-        El evangelismo se convierte en proselitismo o búsqueda de clientes, socios, adeptos, número para mi propia gloria o alivio para mi conciencia.
-        Las obras de misericordia son beneficencia, comparable a lo que hace la Cruz Roja o cualquier asociación de bien público.
-        La consejería pastoral, la contención de las personas y familias, es muy parecido al trabajo del psicólogo.
-        La enseñanza teológica y preparación de obreros es pura teoría, letra sin vida.
Miren lo que dice el teólogo Karl Barth respecto a este último punto, en su obra “Introducción a la Teología Evangélica”: “La teología no-espiritual, ya actúe en los púlpitos o en las cátedras o en las páginas impresas o en «diálogos» entre teólogos consagrados y noveles, sería uno de los más terribles sucesos entre todos los sucesos terribles que acontecen en esta tierra (…) La teología llega a ser no-espiritual cuando se cierra o se pone a cubierto del aire fresco que fluye del Espíritu del Señor, que es donde ella puede únicamente prosperar. El Espíritu desaparece cuando la teología se encierra en espacios cuyo aire viciado le impide ser y hacer lo que ella puede, debe y tiene que hacer.”

Debemos procurar que el Espíritu de Dios, que Su Presencia, lo impregne todo. Que nuestra motivación, nuestro eje y nuestra meta, sea la gloria de Dios (1 Cor. 10:31). Y sabemos, porque lo hemos aprendido, estudiado en la Palabra y comprobado en la experiencia, que es el culto congregacional el momento y lugar por excelencia donde la Presencia del Señor desciende y se manifiesta. Ahí, en ese encuentro con el Señor, se hace la luz, queda al descubierto nuestra condición, nos convencemos de pecado, nos arrepentimos, perdonamos, somos sanados en lo más profundo del ser, nos enamoramos de Él,  decimos amén a su voluntad, nace una nueva pasión por servirle. Lo que cientos de sermones y horas de consejería no han podido hacer en años, se produce en un instante en el corazón tocado por la Presencia de Dios. ¡Qué maravilloso es!  Pero esto sucede en el culto vivo, no en un ritual de cantos y oraciones. Si nada de esto ocurre en nuestra vida o congregación, deberíamos revisar de dónde hemos caído.
Aún los ministerios y dones que el Señor prometió derramar, los cuales deseamos y necesitamos tener, son herramientas para la edificación de la Iglesia y señales para confirmar la predicación de la Palabra. En efecto, los dones en sí mismos no son nada (1 Cor. 13: 1-3). Recuerdo que Papi enfatizaba que las señales “seguirán” a los que creen, irán detrás, acompañando, confirmando (Marcos 16: 17). Estos dones que pedimos son para evidenciar que lo que predicamos viene de Dios. Y ¿qué predicamos?: A Cristo crucificado como Señor y Salvador y a Su Iglesia, cuya ocupación principal es ofrecerle culto.

El obstáculo más grande que tenemos para dar un culto vivo a Dios, es nuestro yo. Es el  enemigo más sutil, y también el más eficaz. ¿Por qué el tema de dar culto es tan resistido a veces? Sucede que el culto centra toda nuestra atención en Dios, y eso le molesta a nuestro yo. Hay una relación proporcional: Cuanto más se exalta a Dios, más pequeño queda nuestro yo.  Y viceversa: Más se exalta nuestro yo, menos exaltación daremos a Dios. Bien clarito lo decía Juan el Bautista: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe”, La NTV dice: “Él debe tener cada vez más importancia y yo, menos” (Juan 3: 20).

“. . . ha quedado  firme el culto que ofrecemos al Señor como la  base fundamental () de toda otra actividad. El culto a Dios no es una cosa más, es “la cosa” que garantiza la presencia de Dios (Salmo 95:2). Y sin esa presencia nada se puede hacer (Juan 15:5). Con ella todo: y así es como se marcha del tiempo a la eternidad. .  . es lo que tiene razón de ser en la tierra y en el cielo,  y  por lo que el  propio  Señor  se entregó: la  Iglesia. Lugar  por excelencia de congregación para alabar y adorar eternamente a nuestro Dios.” LA MEJOR PARTE, LA MEJOR HERENCIA NOS HA TOCADO (Congregados para darle gloria, Jorge Pradas).



Pr. Juan Carlos Rebrej
Tel.: Móvil 1168498302

Este es el día que hizo el Señor. Me alegraré en él.