Cuando Lot se dio cuenta de ello, quedó “abrumado por la nefanda conducta de los malvados” (2 Pedro 2:7), pero permaneció allí. Más grave aún: había adquirido un puesto de autoridad en esta ciudad corrompida: “Lot estaba sentado a la puerta de Sodoma” (Génesis 19:1), donde los notables ejercían justicia. En apariencia todo iba bien; el mundo seguía su curso, pero Dios “hizo llover sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego” (Génesis 19:24).
Lot, liberado de este juicio, lo perdió todo: sus bienes, su mujer transformada en estatua de sal, y su ciudad en ruinas. No nos extraña que tal iniquidad haya atraído semejante juicio, pero nos sorprende lo que declara el apóstol Pedro con respecto a Lot: Dios “libró al justo Lot… porque este justo, que moraba entre ellos, afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos” (2 Pedro 2:4-8).
Porque si Dios no dejó sin castigo a los ángeles que pecaron, sino que, habiéndolos arrojado al infierno en prisiones de oscuridad, los entregó a ser reservados para el juicio; 5 y si tampoco dejó sin castigo al mundo antiguo, pero preservó a Noé, heraldo de justicia, junto con otras siete personas, cuando trajo el diluvio sobre el mundo de los impíos; 6 y si condenó a destrucción a las ciudades de Sodoma y Gomorra, reduciéndolas a cenizas y poniéndolas como ejemplo para los que habían de vivir impíamente; 7 y si rescató al justo Lot, quien era acosado por la conducta sensual de los malvados 8 -porque este hombre justo habitaba en medio de ellos y afligía de día en día su alma justa por los hechos malvados de ellos-; 9 entonces el Señor sabe rescatar de la prueba a los piadosos y guardar a los injustos para ser castigados en el día del juicio. 10 ¡Y especialmente a aquellos que andan tras las pervertidas pasiones de la carne, y desprecian toda autoridad!