EL SIERVO DE DIOS

Isaías 42:1-3.

He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento. Isaías 42:1
Estos versículos hablan proféticamente del Señor Jesús, quien vivió en la tierra como ser humano y como verdadero siervo de Dios. En ellos se nombran tres características de ese perfecto siervo.
He puesto sobre él mi Espíritu” (v. 1). Así habla Dios, a quien Cristo sirvió con toda abnegación. En el primer capítulo de Marcos hallamos la realización de esta profecía. Después del bautismo de Jesús en el Jordán, Juan el Bautista “vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma que descendía sobre él… Y luego el Espíritu le impulsó al desierto” (Marcos 1:10-12). En virtud de ese Espíritu y bajo su conducción, Jesús cumplió su servicio en medio del pueblo de Israel.
No gritará, ni alzará su voz” (v. 2). El humilde siervo de Dios nunca buscó la fama. Aunque deseaba lo mejor para sus semejantes y estaba a disposición de los demás, nunca buscó imponerse.
No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare” (v. 3). Obraba mansamente con aquellos que se dirigían a Él. Con gran ternura se ocupaba de los trabajados y cargados, de aquellos que estaban agobiados por sus pecados. Cuando veía que la fe era tan débil como un pábilo que humea, no la apagaba, sino que la atizaba.
En nuestro servicio para Dios, seamos sus imitadores y andemos en sus pisadas. ¿Cómo? Tomando con humildad el último lugar, buscando fortalecer “las manos cansadas” y afirmar “las rodillas endebles” (Isaías 35:3).